En este episodio de nuestro Podcast hablamos de las adicciones. Todo el tipo de adicciones, las cotidiana, de que nadie habla: el café, el chocolate, el tabaco, la televisión; las más bien vistas socialmente: el trabajo, el deporte, las redes sociales y el móvil; y también las más mal vistas: las drogas, el juego, los psicofármacos, el sexo. Son infinitas, y unas más visibles que otras, pero todas son adicciones y vienen de la misma necesidad.
¿Soy adicto?
Adicto es estar “enganchado” a algo que nos deja ansiosos cuando no lo tenemos o no lo hacemos y, nos hace sentir que nuestra vida no puede seguir sin eso. Cuando creamos dependencia a los excesos, porque les dedicamos mucho tiempo y energía, puede significar que estamos adictos a algo.
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¿Por qué nos “enganchamos”, por qué nos volvemos adictos?
Las adicciones se asocian a una voracidad para intentar llenar un vacío emocional infantil. Incorporamos algo incesantemente en el intento de sentirnos satisfechos y colmados, sin embargo la satisfacción es temporal.
Nacemos con una grande voracidad sensorial, deseando recibir todo lo que necesitamos como bebes y con la mayor inmediatez. Esperamos seguir siendo colmados en nuestras necesidades, tal como cuando estuvimos en el vientre materno. La ausencia de respuesta o la tardanza en ser colmados, nos hace sentir que estamos en peligro de vida cuando somos bebes. Esto es la clave para la supervivencia.
Al no poder incorporar mama, la sustituyo por otra cosa, una substancia, un objeto o una acción, algo que se me ofrece en vez de mama. Entonces nuestros pedidos originales de contacto, alimento, calor, mirada y amor se desplazan en el tiempo y en el contexto. Empezamos a pedir lo que suele substituir a mama, caramelos, juguetes, televisión, comida, etc.
A medida que crecemos vamos probando estrategias para obtener lo que necesitamos y nos vamos conformando con lo que nos dan y formando una identidad donde sigo eternamente necesitando. En lugar de apaciguar nuestra voracidad (innata), esto la va aumentando.
Cuando devenimos adultos, perpetuamos este modo de vincularnos con objetos y personas. Sentimos que sin la sustancia nos morimos. En ese caso lo que consumimos es vital. Cuando aparece la necesidad y sentimos la urgencia de incorporar o consumir, en realidad nos encontramos en un estado emocional muy primario, a semejanza de los bebés.
¿Por qué no estamos dispuestas a dar a nuestros hijos lo que nos piden?
Porque es más difícil y doloroso ofrecer nuestra presencia, nuestro tiempo y contacto, que darles algo que lo substituye, un chocolate, un juguete, la televisión, etc.
Porque a un nivel inconsciente sentimos a nuestros hijos como enemigos, porque estamos en nuestras necesidades y no queremos abdicar de ellas en detrimento de las suyas. En realidad, nuestra inmadurez emocional nos hace competir con nuestros hijos y colocar nuestras necesidades por encima de las suyas, primero cubro el mío y después el tuyo.
Hay todo un trabajo en tomar consciencia de que la voracidad que sentimos de nuestros bebes, la demanda exagerada y que nos saca de esquicio, es siempre desde nuestra vivencia infantil. El trabajo a hacer es descubrir que la presencia del niño no nos va a destruir.
Reconocer nuestra soledad y desamparo infantil nos ayuda a entender los pedidos desplazados de nuestros hijos y a amar incondicionalmente. A poder tolerar su intensidad y ofrecerles un tiempo de calidad, genuino y satisfactorio para nuestros hijos.